Movimientos sociales y gobiernos progresistas: construyendo una nueva relación

Por Marta Harnecker

 1. Hoy está en centro de la discusión en muchos países el tema del nuevo rol que tienen que tener los movimientos sociales frente a los gobiernos progresistas que han teñido de esperanza a la mayoría de los países de América Latina.

2. Antes de abordar directamente el tema, quisiera desarrollar algunas ideas.

3. Creo que la situación en la década de los 80 y 90 en América Latina puede compararse en ciertos aspectos a la vivida por la Rusia prerrevolucionaria de comienzos del siglo XX. Lo que fue para ella la guerra imperialista y sus horrores ha sido para nuestra región el neoliberalismo y sus horrores: la extensión del hambre y la miseria, un reparto cada vez más desigual de la riqueza, el desempleo, la destrucción de la naturaleza, la pérdida creciente de nuestra soberanía.

4. En estas circunstancias, varios de nuestros pueblos dicen “basta” y “echan a andar”, resistiendo primero y, luego, pasando a la ofensiva, fruto de lo cual empiezan a triunfar candidatos presidenciales de izquierda o centro izquierda en la región que se enfrentan a la siguiente disyuntiva: o refundan el modelo capitalista neoliberal —evidentemente que con cambios, entre ellos una mayor preocupación por lo social, pero movido por la misma lógica capitalista—, o avanzan en la construcción de un proyecto alternativo movido por una lógica humanista y solidaria, que pone a la persona humana en el centro.

Los movimientos sociales: en el primer frente de combate contra el neoliberalismo

5. Con la caída del muro de Berlín y la derrota del socialismo soviético, los partidos y organizaciones sociales de izquierda que se inspiraban en dicho modelo salen muy golpeados. A ello se añade el golpe a las organizaciones sindicales debido al debilitamiento de la clase obrera producto de la fragmentación social provocada por el neoliberalismo. Esto explica que hayan sido nuevos movimientos sociales –y no los partidos y organizaciones sociales tradicionales de la izquierda — los que, de manera muy diferente de un país a otro, los que estuvieron a la vanguardia de la lucha contra el neoliberalismo. Muchos de ellos surgieron en el marco de la crisis de legitimidad de dicho modelo y de sus instituciones políticas. [i]

6. Estos nuevos movimientos en no pocos casos partieron de dinámicas de resistencia originadas en sus comunidades o espacios locales, y en otros lo hicieron desde temáticas de género, de derechos humanos, de preocupaciones ambientalistas. Los desastrosos efectos del neoliberalismo los condujo, en muchos casos, a pasar de la preocupación por temas puntuales a la preocupación por temas nacionales. Esto no solo enriqueció sus luchas y sus demandas sino que, además, les permitió convocar en torno ellas a los sectores sociales muy diversos, todos afectados por el mismo sistema.

7. Una expresión de ello fue la Campaña 500 años de resistencia indígena, negra y popular, que terminó siendo un importante punto de encuentro de diversos sectores sociales que se aglutinaron utilizando principios organizativos nuevos (horizontalidad, autonomía, concepción de género, unidad en la diversidad, etcétera) y que dieron origen tanto a coordinaciones sociales nuevas como la CLOC-Vía Campesina como a agendas comunes tanto a nivel nacional como internacional.

8. Una de estas agendas fue la Campaña contra el ALCA, especialmente exitosa en Brasil y Ecuador, que llevó más tarde a la primera derrota de la política estadounidense en la región. Fue en la Cumbre de la OEA en Mar del Plata, a finales del 2005, donde se produje este histórico acontecimiento. Desde entonces los problemas de la integración regional dejan de ser sólo asunto de gobiernos para pasar a ser también asunto de los pueblos.

9. El gran ausente del escenario político latinoamericano en las últimas décadas, salvo muy raras excepciones, ha sido el movimiento obrero tradicional al encontrarse muy golpeado —como ya decíamos— por la aplicación de medidas económica neoliberales como la flexibilización laboral y la subcontratación. Y si en algunos casos ha participado, no lo ha hecho en la primera línea de combate.

10. Los nuevos movimientos sociales generalmente parten rechazando a la política y a los políticos, pero, a medida que avanza el proceso de lucha, muchos de ellos pasan gradualmente de una actitud apolítica, de mera resistencia al neoliberalismo y de luchas muy puntuales, a una actitud cada vez más política, de cuestionamiento del poder establecido, y comienzan a comprender la necesidad de construir sus propios instrumentos políticos, como ocurrió en Ecuador con el Pachakutik [ii] y en Bolivia con el MAS‑IPS [iii] .

11. Son muchas las lecciones que se pueden extraer de estas luchas populares, pero, una de las más importantes, según mi opinión, es que demuestran lo correcto de una estrategia de acumulación amplia que procura sumar todo lo que se puede sumar, levantando objetivos de lucha muy concretos que logran concitar el entendimiento entre fuerzas muy diversas, con tradiciones y prácticas políticas muy distintas.

12. Ahora bien, si bien es cierto que en algunos casos estos gobiernos no ganan las elecciones en momentos de auge de la movilización social, tenemos que considerar que la marca de esas luchas queda en la memoria, no se olvida. La maduración política lograda en ellas es algo que perdura en la conciencia de la mayor parte de las personas involucradas.

El difícil pero no imposible camino al socialismo

13. Decíamos que frente a la disyuntiva de qué hacer frente al neoliberalismo, algunos gobernantes de América Latina deciden emprender el camino hacia una sociedad alternativa al capitalismo que han definido con diferentes nombres: socialismo del siglo XXI, socialismo comunitario, sociedad del buen vivir, sociedad de la vida en plenitud (Sumak Kawsay). Una sociedad que no se decreta desde arriba sino que se construye con la gente. Concuerdo con el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, en que poco importa el nombre, lo que importa es el contenido. [iv]

14. El gran desafío de estos gobernantes es avanzar hacia el socialismo cuando sólo se ha conquistado el gobierno, algo que se enfrenta a la clásica visión de la izquierda marxista que en el pasado siempre trabajó con la idea de destruir el Estado burgués cómo ocurrió en las revoluciones del siglo XX: revoluciones nacidas de guerras civiles o guerras imperialistas donde el pueblo armado conquistó el poder destruyendo el aparato de Estado heredado. Por eso es comprensible que algunos sectores de izquierda se sientan desorientados cuando constatan que hoy la situación es muy diferente.

15. Electoralmente sólo se gana una parte del poder del Estado: el gobierno (poder ejecutivo) y, muchas veces, inicialmente no se cuenta con mayoría en el parlamento, es decir, en el poder legislativo, ni en el poder judicial. Por otra parte, están los otros poderes: el poder del dinero, de los medios de comunicación, el poder militar.

16. El asunto es, entonces, cómo trabajar para ir conquistando los otros espacios de poder, ganando cada vez a más gente para el proyecto transformador, y logrando que el pueblo sea cada vez más el constructor de su propio destino.

17. Empezar a avanzar al socialismo de esta manera hace mucho más compleja la situación. Estos gobiernos deben ser capaces de enfrentar el atraso de sus países, sabiendo que las condiciones económicas objetivas en las que están insertos los obligarán a convivir durante no poco tiempo con formas de producción capitalista. Y deben hacerlo a partir de un aparato estatal heredado que es funcional al sistema capitalista, pero no lo es para avanzar hacia el socialismo.

18. Sin embargo, la práctica ha puesto en evidencia—contra el dogmatismo teórico de algunos sectores de la izquierda — que, si ese aparato cae en manos de cuadros revolucionarios, éstos pueden usar el poder que tienen en sus manos para ir construyendo los cimientos de la nueva institucionalidad y del nuevo sistema político que deberá remplazar al viejo Estado. Y, sobre todo, pueden ir creando espacios de protagonismo popular. Así la gente se irá preparando para ejercer el poder desde el nivel más simple hasta el más complejo

19. Pero la historia ha demostrado que el “cielo” no puede ser tomado por asalto, que se requiere un largo período histórico para transitar desde el capitalismo a la nueva sociedad que queremos construir. Algunos hablan de decenas de años (Chávez), otros de centenas (Samir Amin, Álvaro García Linera) y otros, como yo, pensamos que será la meta a la cual debemos irnos aproximando, pero que quizás nunca alcancemos plenamente. Esto no es ser pesimista, como algunos podrían pensar. Por el contrario, una meta utópica, si está bien definida, ayuda a trazar el camino, fortalece nuestra determinación de luchar, y cada paso que demos hacia la ella, por pequeño que sea, nos acerca a ese horizonte. Y ver cómo se van dando esos pasos en nuestra región es lo que me hace ser optimista.

20. A este período histórico yo lo llamo “transición hacia el socialismo”. Debo aclarar, sin embargo, que aunque la meta pueda ser compartida, la forma y las medidas que se tomen en el proceso de transición deberán estar adaptadas a las condiciones específicas de cada país.

21. De lo dicho anteriormente se desprende que cada país deberá elaborar su propia estrategia particular para avanzar hacia la meta socialista. Esta estrategia dependerá no sólo de las características económicas de ese país sino también, entre otras muchas, de la correlación de fuerzas existente y de los rasgos que adopta en él la lucha de clases.

22. Esta transición por la vía institucional no sólo es un proceso largo, sino también, como puede deducirse de lo dicho anteriormente, un proceso lleno de desafíos y dificultades. Nada asegura un avance lineal, puede haber retrocesos y fracasos.

23. Tenemos que tener claro que con el triunfo electoral presidencial se ha ganado una gran batalla, pero no la guerra, y que para ganar la guerra por la vía institucional se requiere de una gran mayoría nacional. Sólo así será posible avanzar en una forma democrática hacia la nueva sociedad. Por lo tanto, no sólo es fundamental la unidad de los revolucionarios, sino también es necesario ser capaces de convocar a todos aquellos que puedan compartir un proyecto de sociedad más justa y solidaria y allí está no sólo la izquierda política y social, está el centro y algunos sectores empresariales que puedan estar dispuestos a colaborar con el proyecto popular.

24. Tenemos que ser capaces de detectar con mucha claridad cuál es el enemigo principal, es decir, el principal obstáculo que se opone a nuestro avance para poder concentrar nuestro poder de fuego contra él. Una de nuestras tareas fundamentales será la de convocar a todos los sectores sociales que puedan tener contradicciones aunque sean mínimas con ese enemigo.

25. Por otra parte, hay que recordar siempre que las élites anteriormente dominantes respetan las reglas del juego sólo hasta donde le conviene. Pueden perfectamente tolerar y hasta propiciar la presencia de un gobierno de izquierda, si este pone en práctica su política y se limita a administrar la crisis. Lo que tratarán de impedir siempre valiéndose de medios legales o ilegales —y en eso no hay que ser ilusos—es que se lleve adelante un programa de transformaciones democráticas y populares profundas que ponga en cuestión sus intereses económicos. Por ello, debemos estar preparados para enfrentar y vencer las diferentes maniobras que hagan para impedir el avance del proceso. Una de ellas puede ser la de infiltrarse dentro de los gobiernos progresistas para minarlos por dentro. Otra puede ser la de ganar para su causa a determinados dirigentes gremiales, aprovechando posibles debilidades y errores del gobierno en relación con estos sectores, como ocurrió en Chile en la época de Allende con los trabajadores del cobre y del sector del transporte.

26. Por desgracia, muchas veces nuestros gobiernos deben defenderse, no sólo de esas élites usan todos los medios a su alcance para tratar de impedir que se consolide el proceso de cambio—, sino también de sectores de izquierda que —no entendiendo la complejidad del proceso iniciado ni la flexibilidad táctica que estos gobiernos deben tener— los atacan por no realizar cambios sociales profundos con la velocidad deseada como si ellos fuesen el enemigo principal.

27. También hay que buscar fórmulas para ir superando la cultura heredada, una cultura individualista, consumista, de sálvese quien pueda. Una cultura que en el ámbito social es una cultura corporativista en cuanto a su organización y de sistemática oposición al gobierno de turno, aunque este sea un gobierno diferente, que ahora busca el bienestar del pueblo en lugar de servir a las élites sociales.

28. Marx estaba convencido que se requerían muchos años de fuertes confrontaciones y luchas populares no sólo para cambiar la realidad sino para cambiar a los trabajadores y capacitarlos para “ejercitar el dominio político. [v] Interpretando las palabras de Marx, yo diría que es necesario que las personas, a través de sus prácticas sociales y de su lucha, vayan saliendo del fango de la cultura heredada al ir descubriendo, experimentando e incorporando a su forma de vivir nuevos valores: los valores del humanismo, la solidaridad, el r espeto a las diferencias, el combate al machismo y todo tipo de discriminación.

29. Otro reto no menos importante es el que se refiere a la agenda electoral a la cual estos gobiernos deben someterse para legitimarse ante los continuos ataques de la oposición. Esta agenda choca muchas veces con la agenda de la construcción democrática participativa. Suelen paralizarse o debilitarse procesos de construcción de poder popular para dar cabida a campañas electorales.

30. Por otra parte, no es fácil resolver el gran dilema de la contradicción entre tiempos políticos y procesos democráticos. Muchas veces se quisiera alargar la discusión acerca de leyes o procesos con lo que se ganaría en riqueza democrática, pero podría arriesgarse el futuro del proceso transformador. Pienso que eso ocurrió con los procesos constituyentes en Venezuela y Ecuador.

31. Otro elemento que hay que tomar en cuenta es que los avances suelen ser muy lentos. La gente suele creer que la conquista del gobierno es como una varita mágica que todo lo va a resolver y cuando estas soluciones no llegan tienden a desilusionarse, a desanimarse. No pocos dirigentes sociales exigen soluciones rápidas sin tener en cuenta la correlación de fuerzas existente que impide avanzar con la rapidez deseada.

32. Por eso es que pienso que, de la misma manera en que nuestros dirigentes revolucionarios deben usar el aparato de Estado para cambiar la correlación de fuerzas heredada y construir la nueva institucionalidad, deben también realizar una labor pedagógica frente a los límites o frenos que encuentran en su camino —lo que llamamos una pedagogía de los límites—. Muchas veces se cree que hablarle de dificultades al pueblo es desalentarlo, desanimarlo, cuando, por el contrario, si a los sectores populares se les informa, se les explica por qué no se pueden alcanzar de inmediato las metas deseadas, eso los ayuda a entender mejor el proceso en que viven y a moderar sus demandas.

33. Pero esta pedagogía de los límites debe i r acompañada simultáneamente de un fomento de la movilización y la creatividad populares. Hay que evitar domesticar las iniciativas de la gente, por el contrario, hay que fomentar la búsqueda de respuesta en los propios actores.

34. Hay que reconocer que ha existido una tendencia a considerar a las organizaciones populares como elementos manipulables, como meras correas de transmisión de la línea del partido o del gobierno. En la izquierda marxista esta posición se ha apoyado en la tesis de Lenin en relación con los sindicatos de los inicios de la revolución rusa, cuando parecía existir una muy estrecha relación entre clase obrera, partido de vanguardia y Estado.

35. Sin embargo, pocos saben ‑por la forma a-histórica e incompleta en que se ha leído a Lenin‑ que esta concepción fue abandonada por el dirigente ruso en los años finales de su vida, cuando ‑en medio de la aplicación de la Nueva Política Económica (NEP) y sus consecuencias en el ámbito laboral‑ prevé el surgimiento de posibles contradicciones entre los trabajadores de las empresas estatales y los directores de dichas empresas, y sostiene que el sindicato debe defender los intereses de clase de los trabajadores contra los empleadores utilizando, si considera necesario, la lucha huelguística. Esta lucha realizada en un estado proletario no estaría dirigida a destruirlo sino a corregir sus distorsiones burocráticas. [vi]

36. Este cambio pasó desapercibido para los partidos marxistas‑leninistas quienes hasta hace muy poco pensaban que la cuestión de la correa de transmisión era la tesis que Lenin seguía manteniendo para la relación partido‑organización social.

37. Esta tesis fue aplicada por la izquierda en su trabajo con el movimiento sindical primero, y luego con los movimientos sociales. La dirección del movimiento, los cargos en los organismos de dirección, la plataforma de lucha, en fin, todo, se resolvía en las direcciones partidarias y luego se bajaba la líneaa seguir por el movimiento social en cuestión, sin que éste pudiese participar en la gestación de ninguna de las cosas que más le atañían.

38. Tenemos que evitar toda manipulación del movimiento popular y tolerar y aún más, ver con simpatía la presión popular que éste pueda ejercer, ya que ésta puede ayudar a los gobernantes a combatir las desviaciones y errores que puedan ir surgiendo en el camino. Recuerdo siempre la reacción del presidente Chávez cuando un grupo de funcionarios públicos se tomó el Ministerio del Trabajo en Caracas: “Está bien muchachos, ahí hay mucha burocracia.”

39. Pero, al mismo tiempo, el pueblo y los movimientos sociales deben entender que no se puede destruir ese aparato de un día para otro, porque no se tiene la fuerza para ello. Hay que ir transformándolo poco a poco, teniendo conciencia de que en esa transformación hay peligros de desviación, distorsiones, burocratismo, etcétera.

40. Sólo un pueblo organizado, alerta, y un gobierno que entienda que necesita la organización y la crítica populares para ir avanzando, podrán impedir que las desviaciones y aspectos negativos que puedan irse presentando bloqueen el camino.

41. Pero así como la crítica debe ser bien recibida por los gobernantes, debe ser bien formulada por quienes los critican. Debe ser siempre ser una crítica constructiva, que ayude a curar la enfermedad, que ofrezca una solución alternativa. Es muy fácil criticar por criticar, pero es difícil proponer qué hacer. Por ejemplo, sé que hay muchas críticas en cuanto a que los militares participen en el tema de seguridad en El Salvador, pero qué alternativa plantean quienes hacen esas críticas para proteger a la población si la policía no da abasto.

42. Otro ejemplo son las críticas al extractivismo, pero ¿qué alternativa se plantea para sacar a los pueblos de la pobreza sin extraer al menos una parte de nuestras riquezas naturales?

43. Sobre ambos temas y todo aquellos que susciten grandes polémicas como el alza del precio de la gasolina en Venezuela, yo quisiera ver un gran diálogo nacional donde —con gran altura y espíritu constructivo— se expongan los argumentos por lado y lado. Quien se siente seguro de contar con la razón no teme el debate, por el contrario lo propicia para así poder explicar mejor sus argumentos y ganar nuevos adeptos. Quizá de una iniciativa de este tipo puedan surgir propuestas concretas que ayuden a implementar soluciones para estas situaciones. Estoy segura que estas propuestas serán bienvenidas por varios de nuestros gobernantes, porque se que están preocupados de tantas vidas que se pierden a causa de la violencia en nuestras comunidades; o de cómo resolver el tema de la necesidad de extraer para resolver los problemas de la pobreza y, al mimoso tiempo, cuidar la naturaleza.

44. Y a propósito del diálogo, no puedo dejar de citar extensamente al Papa Francisco cuando refiriéndose al tema dijo en su visita a Paraguay que éste no puede ser un:

diálogo-teatro en el que juguemos al diálogo [y sólo nos escuchemos entre nosotros].

“[…] el diálogo presupone y nos exige buscar una cultura del encuentro [ …] que sabe reconocer que la diversidad no sólo es buena, es necesaria. La uniformidad nos anula, nos hace autómatas. La riqueza de la vida está en la diversidad. Por lo que el punto de partida no puede ser: Voy a dialogar pero aquel está equivocado. No, no, no podemos presumir que el otro esté equivocado. Yo voy con lo mío y voy a escuchar qué dice el otro, en qué me enriquece el otro, en qué el otro me hace caer en la cuenta que yo estoy equivocado, y en qué cosas le puedo dar yo al otro. Es una ida y vuelta, ida y vuelta, pero con el corazón abierto. Con presunciones de que el otro está equivocado, mejor irse a casa y no intentar un diálogo, ¿no es cierto?”

“[…]. Dialogar no es negociar. Negociar es procurar sacar la propia tajada. A ver cómo saco la mía. No, no dialogues, no pierdas tiempo. Si vas con esa intención no pierdas tiempo. Es buscar el bien común para todos. Discutir juntos, pensar una mejor solución para todos.

“[…] Al tratar de entender las razones del otro, al tratar de escuchar su experiencia, sus anhelos, podemos ver que en gran parte son aspiraciones comunes.” [vii]

45. Y, como el tema del extractivismo es uno de los temas más debatidos hoy, quisiera aprovechar este espacio para iniciar el debate sobre ese tema planteando dos puntos que creo deberían ser puntos de partida para empezar ese diálogo: el primero es que deberíamos partir por reconocer que el ser humano siempre ha tenido que extraer y que tendrá que seguir haciéndolo. El problema no es extraer o no extraer, sino cómo extraer para mantener un necesario equilibrio en lo que Marx denominó el sano metabolismo entre el hombre y la naturaleza. Los primeros habitantes del planeta extraían frutos de los árboles, peces de los mares, etcétera, pero en esos tiempos y en siglos posteriores se extraía de la naturaleza pero, de alguna manera, lo que se extraía regresaba a ella, manteniéndose ese sano metabolismo. Pero, cuando surge el sistema capitalista, su afán de lucro lo lleva a priorizar la máxima explotación de la naturaleza sin importarle los efectos que sobre ella tenga su actividad extractiva, destruyendo así el sano metabolismo que antes existía. Cada vez se extrae más y se empiezan a agotar los bienes naturales, con todas las consecuencias que ello tiene para el cambio climático. En el sur de Chile las transnacionales japonesas talaron nuestros árboles ancestrales y replantaron, pero no con las especies autóctonas que son de más lento crecimiento y que son amigables a ese medio, sino con especies foráneas de rápido crecimiento que consumen una cantidad desproporcionada de agua y agotan el suelo para poder volver a talar en pocos años. Y qué decir de la contaminación provocada por Chevron en la explotación del petróleo en Ecuador.

46. El segundo punto, para poder iniciar un debate fructífero, creo esencial que se entienda que las riquezas que están en nuestro territorio: minerales, petróleo, gas, fuentes acuíferas, reservas forestales, no son riquezas cuyos dueños son los habitantes de esos lugares. Aunque sea una gran defensora de los pueblos indígenas y de los trabajadores/as, creo que tenemos que entender que la existencia de petróleo en Venezuela y Ecuador, de gas en Bolivia, de cobre en Chile, es un don caído del cielo. Esas riquezas no fueron creadas ni por los pueblos originarios, ni por los trabajadores del petróleo o del cobre; esas son riquezas que pertenecen a la sociedad entera. Y si es así, debería ser entonces la sociedad entera la que debiera pronunciarse acerca de si se extrae o no. Por supuesto que también hay que consultar a quienes viven en la zona, pero hay que entender que ahí se juegan intereses que trascienden sus fronteras.

47. Si logramos un acuerdo sobre los dos puntos anteriores, de lo que se trataría, entonces, es de debatir acerca de propuestas concretas de cómo usar en el presente nuestros recursos naturales para ir avanzando poco a poco hacia un modelo económico de desarrollo que permita ir restableciendo ese sano metabolismo entre el hombre y la naturaleza

48. Pero, volviendo al tema de la crítica, pienso que es importante establecer canales para que el descontento ante los errores o desviaciones que puedan cometerse no sea sufrido en forma pasiva por la gente, sino que pueda expresarse abiertamente, evitando, de esta manera, que se vaya acumulando malestar y que en un determinado momento éste sorpresivamente explote. Por otra parte, si se establecen esos canales podrían corregirse a tiempo los defectos detectados.

49. Me parece muy interesante que la Constitución boliviana plantee que el pueblo organizado en lo que la Carta Magna llama «acción popular» puede y debe reaccionar contra cualquier violación y amenaza contra una serie de derechos, entre ellos el del medio ambiente [viii] y que, además cree la figura de un tribunal especializado en jurisdicción agroambiental (temas agrícolas, forestales, ambientales) [ix] con autoridades electas con participación popular.

50. Por último, tenemos que preguntarnos por qué, si nuestro proyecto de sociedad alternativa al capitalismo es un proyecto hermoso, profundo, transformador, y refleja los intereses de la gran mayoría de la población, quienes se han propuesto construirlo no cuentan con todo el apoyo popular con el que deberían contar.

51. Yo pienso que en gran medida esto se explica porque una parte importante de la población no conoce nuestro verdadero proyecto. Los medios opositores se encargan de deformarlo, de crear falsas alarmas y, muchas veces, logran aterrorizar a la gente acerca del futuro que les espera. Pero ellos no son los únicos culpables de esta situación. Nosotros también hemos contribuido a ella. Solemos tener grandes debilidades al comunicar el proyecto. No destinamos suficiente tiempo ni recursos ni creatividad a esta tarea. Y, lo más grave, muchas veces, con nuestra propia forma de vivir estamos negando ese proyecto. Proponemos crear una sociedad democrática, solidaria, transparente, no corrupta y estamos asumiendo prácticas autoritarias, clientelares, egoístas, poco transparentes. Muchas veces hay una gran distancia entre lo que predicamos y lo que vivimos, y nuestra prédica se hace entonces poco creíble.

52. No podemos asombrarnos, entonces, de que haya importantes sectores de la sociedad que aún no se identifican con nuestro proyecto y que es necesario ir conquistando.

53. ¿Y cómo se puede ir conquistando a cada vez más gente? Creo que lo primero que debemos entender que no se trata de imponer, sino que hay que ganar el corazón y la cabeza de la gente. Por otra parte, me parece que debemos poner especial énfasis en ganar a los líderes naturales de los distintos sectores sociales. Si logramos ganar a esos líderes, ello nos ayudará enormemente a ganar también a las personas que reciben su influencia.

Una nueva relación, no de oposición sino de colaboración constructiva

54. Pienso que habiendo expuesto estas reflexiones se puede entender mejor los señalamientos que haré a continuación acerca de relación que, según mi opinión, debería existir entre los gobiernos progresistas y los movimientos sociales.

55. Considero que entre ellos debe establecerse una nueva relación. Los gobiernos no deben olvidar que detrás de ellos ha y toda una historia de luchas sociales sin las cuáles no habría sido posible su triunfo. Los movimientos deben entender que estos gobiernos ya no son los enemigos de antaño, sino que pueden ser sus aliados más efectivos en la lucha por conquistar sus derechos y concretar sus aspiraciones. Por ello, siempre que ambas partes persigan una transformación profunda de la sociedad actual, la relación que debe establecerse entre ellas debe ser una relación de mutua colaboración.

56. Pero, para que esta relación sea fructífera habría que considerar varias cosas:

57. En primer lugar, los dirigentes sociales no deben olvidar que sólo   se logró conquistar una parte del poder político y que debido a esta correlación de fuerzas, que favorece inicialmente a las fuerzas conservadoras, los procesos de cambio son muy lentos y las reivindicaciones populares no podrán ser resueltas de un día para otro.

58. En segundo lugar, nuestros gobiernos deben tratar de explicar a la ciudadanía y, especialmente, a los dirigentes sociales, los límites dentro de las cuales pueden actuar, y nuestros pueblos deben armarse de paciencia.

59. En tercer lugar, la colaboración que debe establecerse entre ambas partes no puede significar una pérdida de autonomía de los movimientos respecto al gobierno. Los primeros no deben transformarse en apéndices del segundo, sino que –apoyando el proceso de cambio y sintiéndose corresponsables del mismo– deben ser capaces de criticar los errores que puedan cometerse en el camino siempre que esa crítica ayude a enmendarlos proponiendo medidas para corregirlos. Y sólo si las posibilidades de diálogo se agotan y no son escuchados es cuando deberán buscar otros caminos para hacer llegar su voz en defensa del proceso de cambio.

60. En cuarto lugar, los dirigentes sociales deben superar aquella cultura de oponerse a todo lo que venga del gobierno de turno y de usar el apelativo de “gobiernero” o “gobiernista” para calificar a aquellos dirigentes que apoyan a estos gobiernos en su esfuerzo por transformar la sociedad. Si esto no se supera, se irá produciendo un creciente distanciamiento entre estos dirigentes y sus bases sociales, ya que éstas comienzan a percibir en su vida cotidiana los efectos positivos de las políticas gubernamentales en favor del pueblo y no entiende esa actitud opositora de sus dirigentes.

61. En quinto lugar, nuestros gobiernos deberían tener en cuenta la cultura heredada y deberían ser muy flexibles y tener mucha paciencia para trabajar con los dirigentes sociales, distinguiendo muy bien entre aquellos que usan premeditadamente su influencia en sus bases para impedir la transformación social y aquellos que están en posiciones equivocadas por falta de información o por el peso que tienen en ellos los hábitos del pasado.

¿Se avanza o se retrocede?

62. Por último quisiera terminar este artículo con algunas preguntas creo nos ayudaría a tener una visión más objetiva de lo que nuestros gobiernos están haciendo en relación con el protagonismo popular:

63. ▪ ¿Están fortaleciendo a la clase trabajadora eliminando la subcontratación, universalizando la seguridad social, fortaleciendo sus organizaciones sindicales, facilitando su educación y preparación profesional? ▪ ¿Movilizan a los trabajadores y pueblo en general para llevar adelante determinadas medidas e incrementan sus capacidades y poder? ▪ ¿Respetan la autonomía de las organizaciones sociales y sindicales? ▪ ¿Entienden que necesitan un pueblo organizado, politizado, capaz de presionar para debilitar el aparato estatal heredado y poder así avanzar en el proceso de transformaciones propuesto? ▪ ¿Entienden que sus pueblos tienen que ser actores de primera línea y no sólo de segunda? ▪ ¿Oyen y otorgan la palabra a sus pueblos? ¿Entienden que pueden apoyarse en ellos para combatir los errores y desviaciones que vayan surgiendo en el camino? ▪ ¿Les entregan recursos y los llaman a ejercer la contraloría social del proceso? En síntesis, ¿contribuyen a crear un sujeto popular cada vez más protagónico que vaya convirtiéndose cada vez más en el verdadero constructor de su propio destino? ◄


[i] . Ver un mayor desarrollo de experiencias de movimientos sociales en varios países de América Latina en: Marta Harnecker, Un mundo a construir (nuevos caminos), El Viejo Topo, España, 2013, Primera Parte: América Latina en marcha, Capítulo 2. Movimientos populares: los grandes protagonistas. El libro está disponible en: http://www.rebelion.org/docs/178845.pdf

[ii] . Ver Marta Harnecker, Ecuador: Una nueva izquierda en busca de la vida en plenitud (2011), Primera parte, Cuarto Capítulo: Surgimiento de un instrumento político a partir del movimiento indígena, y Sexto Capítulo. Más sobre el Pachakutik. El libro está disponible en: http://www.rebelion.org/docs/135337.pdf

[iii] . Ver sobre el tema: Marta Harnecker con la Colaboración de Federico Fuentes, MAS-IPS. Instrumento político que surge de los movimientos sociales (2008). Puede encontrase en:http://www.rebelion.org/docs/97083.pdf

[iv] . Gran parte de las ideas que a continuación expongo provienen de mi libro: Un mundo a construir: nuevos caminos, ya citado en nota 1.

[v] . Marx, Revelaciones sobre el proceso a los comunistas en Colonia [1953] en Obras Escogidas, Editorial Lautaro, 1946, p.94. En inglés: Collected Works, vol.11, 1979, p.403.

[vi] . Lenin decía al respecto: “no podemos renunciar de ningún modo a la lucha huelguística, ni podemos admitir por principio la ley sobre la sustitución de las huelgas por la mediación obligatoria del Estado. “Por otra parte, evidentemente el objetivo final de la lucha huelguística bajo el capitalismo es la destrucción del aparato de Estado, el derrocamiento del poder estatal de una clase dada. En cambio, en un tipo de Estado proletario de transición, como el nuestro, el objetivo final de la lucha huelguística sólo puede ser el fortalecimiento del Estado proletario y del poder estatal de la clase proletaria mediante la lucha contra las deformaciones burocráticas, de ese estado; contra sus errores y debilidades, contra los apetitos de clase de los capitalistas que eluden el control de ese estado, etcétera. […]” (Vladimir Lenin, Proyectos de tesis sobre el papel y las funciones de los sindicatos bajo la nueva política económica, en Obras Completas, Ed. Cartago, Buenos Aires, 1971, t.36, pp.109‑110.)

[vii] . Palabras en encuentro con representantes de la sociedad civil en Paraguay, Estadio León Condou del colegio San José, Asunción, sábado 11 de julio de 2015. Extraje sólo lo esencial, el Papa aborda el tema con mayor amplitud.

[viii] . Artículo 135. La Acción Popular procederá contra todo acto u omisión de las autoridades o de personas individuales o colectivas que violen o amenacen con violar derechos e intereses colectivos, relacionados con el patrimonio, el espacio, la seguridad y salubridad pública, el medio ambiente y otros de similar naturaleza reconocidos por esta Constitución.

[ix] . Capítulo Tercero. Jurisdicción Agroambiental, artículos 187 al 190.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Rebelión, el 15 de octubre de 2015, en el siguiente enlace: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202910

Los movimientos sociales en America latina : un balance historico

par Mónica Bruckmann [1] et Theotonio Dos Santos [2] publié dans la revue Prokla, n°142.

INTRODUCCION

Los cambios recientes en América Latina se expresan no sólo en movimientos sociales y populares cada vez más originales y activos sino también en un nuevo escenario político marcado por la existencia de gobiernos de centro-izquierda bajo una fuerte presión de la sociedad civil y de movimientos de masa. Esta nueva coyuntura está redefiniendo el escenario político en la región y está abriendo un proceso histórico que presenta elementos nuevos que van a influir profundamente en la dinámica económica, política, cultural y social inmediata, pero también en el mediano y largo plazo.

Una comprensión más objetiva de esta nueva coyuntura en la región exige un análisis profundamente histórico, capaz de hacer un balance de la lucha secular de las fuerzas progresistas que ha generado una acumulación de experiencias extremamente rica. Lucha secular que tiene que ver con elementos claves de nuestra identidad como latinoamericanos, como naciones capaces de conducirse a sí mismas y que tienen una presencia cultural basada en una fuerza civilizatoria propia.

Desde esta perspectiva, el presente artículo busca hacer un breve balance histórico de los movimientos sociales en América Latina, tomando en cuenta cuatro fases : Los orígenes de los movimientos sociales clásicos desde la influencia anarquista hasta a la Tercera Internacional, la fase del populismo y las luchas nacional-democráticas ; la autonomización de los movimientos sociales y las nuevas formas de resistencia y la cuarta fase de globalización de las luchas sociales a partir de Seattle y la nueva agenda.

1. LOS ORIGENES : DE LA INFLUENCIA ANARQUISTA A LA TERCERA INTERNACIONAL

En su fase inicial de formación los movimientos sociales clásicos en América Latina tuvieron una fuerte influencia anarquista, a través de la migración europea, principalmente italiana y española, de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Estos inmigrantes anarquistas, básicamente artesanos y trabajadores de pequeñas actividades económicas, se dirigieron principalmente hacia las zonas urbanas, formando las primeras levas de movimientos obreros. A partir de la Primera Guerra Mundial y posteriormente durante los años veinte, la expansión de las manufacturas en la región crea condiciones para el surgimiento de un proletariado industrial, que tendrá su pleno desarrollo con los procesos de industrialización de la década 1930.

Estos movimientos anarquistas tuvieron su auge en toda la región entre 1917 y 1919, años en los que se organizaron huelgas generales bastante significativas que abrieron un proceso de sindicalización del movimiento obrero, como el caso de Perú en 1919, Brasil en 1917, Argentina en 1918 y México en el mismo periodo. Se crea un clima político generalizado favorable a la huelga general como forma de lucha principal, a pesar de que en algunos casos éstas no tenían un objetivo claro o buscaban una especie de disolución del Estado. En esta fase se consiguieron avances importantes en las luchas sociales y sindicales, colocándose en el eje de las luchas reivindicaciones específicas como la reducción de la jornada a ocho horas por día así como mejoras salariales y de condiciones de trabajo y de vida de los obreros.  Es el caso de la huelga de 1919 en el Perú, que al igual que otras experiencias en la región, fueron brutalmente reprimidas sin poder acumular fuerzas, generando una autocrítica en gran parte del movimiento anarquista que va a conducirlos al bolchevismo.

Los movimientos huelguistas estuvieron también marcados por la influencia de la Revolución Rusa, tanto la revolución bolchevique de 1917 como el proceso revolucionario general y las huelgas generales que habían sido características en la revolución de 1905. La corriente bolchevique, llamada “maximalista”, estaba compuesta principalmente por anarquistas que pensaron que el bolchevismo era una manifestación del propio anarquismo. Esta visión, que consideraba el bolchevismo como una forma de “maximalismo”, se mantuvo hasta 1919-1920, cuando los bolcheviques rusos se confrontan con los Kronstadt que habían sido uno de los brazos principales de la revolución de 1917 y que entran en choque con el gobierno bolchevique, siendo reprimidos tenazmente. A partir de este momento, parte de los anarquistas se alejan del bolchevismo y las corrientes que se mantuvieron fieles al mismo formarán los partidos comunistas.

Este período va a marcar la transición del anarquismo, con su versión maximalista que se destruye junto con las huelgas generales brutalmente reprimidas, a los movimientos comunistas latinoamericanos. Hasta los años veinte, a pesar de la importancia que la Internacional Socialista tuvo en Europa, los partidos socialdemócratas europeos no llegaron a tener una influencia significativa en América Latina, excepto en Argentina que fue el único país que tuvo representación en la II Internacional. A partir de los años 20 el movimiento obrero de la región se incorpora al campo del marxismo, especialmente a su versión comandada por la Internacional Comunista.

a)  El Movimiento Campesino

Históricamente, el campesinado en América Latina estuvo sometido a una fuerte dominación de los señores de tierra, bajo condiciones extremamente negativas de cultivo y organización. En este contexto, sólo las comunidades indígenas poseían los medios para auto dirigirse y organizarse, a pesar de la represión a la que fueron sometidas secularmente. Este sector fue la cabeza de una insurrección popular que se convirtió en una referencia fundamental en toda la región : la Revolución Mexicana de 1910, que tuvo una base campesina significativa. La lucha democrática contra el porfirismo estuvo conducida principalmente por partidos democráticos de clase media, que por necesidad de base política se aproximan al campesinado, produciéndose una articulación muy fuerte entre el movimiento campesino y las luchas democráticas mexicanas. A pesar de que los movimientos campesinos no se presentan como movimientos indígenas, se empieza a configurar un vínculo más claro entre ambos. Los líderes de la Revolución Mexicana estaban articulados a sus orígenes indígenas, sobre todo Zapata, que tiene una fuerte representatividad como líder indígena, a pesar que no basar su liderazgo específicamente en ello, Porque en aquel momento, el movimiento está volcado fundamentalmente hacia la cuestión de la tierra.

Es necesario destacar también el papel específico de los movimientos campesinos, que llegaron a tener un auge relativamente importante en América Central durante los años de 1920-1930, cuando ya existía una explotación de campesinos asalariados directamente subordinados a empresas norteamericanas que los organizan en las actividades exportadoras. En esta región se formaron bases importantes de lucha por la reforma agraria que debido a la fuerte presencia estadounidense se mezclaron con las luchas nacionales contra la dominación norteamericana. Este es el caso del Sandinismo, de las revoluciones de El Salvador lideradas por Farabundo Martí, de las huelgas de masas cubanas y, en parte, de la Columna Prestes en Brasil, que a pesar de tener una base fundamentalmente pequeño burguesa, va a entrar en contacto con la población campesina, desarrollando una cierta interacción de este movimiento de clase media de origen militar con el campesinado. Sin embargo, no se puede hablar de un movimiento campesino realmente significativo en este período en Brasil.

b) El Movimiento Obrero

El movimiento obrero latinoamericano ha sido el otro sostén de las fuerzas populares en el continente y encuentra su base material en la primera ola de industrialización durante la primera década del siglo XX. Podemos decir que se consolida como movimiento mucho más sólido en los años 20, desde el marxismo leninismo, esto es, de la influencia bolchevique y de la revolución rusa que se sobrepone a la segunda internacional y al anarquismo. Este aspecto es muy importante para configurar las características principales del movimiento obrero latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista ideológico.

Paralelamente a este fenómeno, en algunas zonas mineras relativamente importantes se desarrolló un proletariado asalariado que tenía reivindicaciones propias bastante más colectivas y cuya formación tuvo menos influencia anarquista. Esto explicaría el hecho de que en Chile existiese un Partido Demócrata con base obrera minera muy significativa, antes del desplazamiento de estos trabajadores hacia el Partido Comunista Chileno bajo el liderazgo de Recavarren, lo que al mismo tiempo otorga a esta organización diferencias respecto al resto de los comunistas latinoamericanos, en la medida en que no nace de una base propiamente anarquista, sino de una concepción política más cercana a la socialdemocracia. El Partido Demócrata Chileno no era propiamente una organización socialdemócrata, sino que se aproxima más al radicalismo de los partidos pequeño burgueses de tipo liberal. En otros países de América Latina también se desarrolló una presencia minera importante con un alto grado de sindicalización, como en el caso de Perú, Colombia y Bolivia. En el último caso, el movimiento minero boliviano sólo va a alcanzar su auge en la década de 1940-1950, llegando a ser protagonista de la revolución boliviana.

c) Los movimientos de clase media y el movimiento estudiantil

El ala del movimiento obrero que luego formará los partidos comunistas se aproxima a sectores de la clase media en torno a objetivos democráticos, como es el caso de los “tenientes” en Brasil, que sería un movimiento social de clase media militar, con objetivos de democracia política. Otros movimientos de clase media, como el aprismo peruano, se adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática, levantando banderas como la democracia política, el antiimperialismo, la defensa de las riquezas nacionales, la reforma agraria, la industrialización asumida como una tarea del Estado, etc. La reforma universitaria fue otra bandera que la clase media levantó de manera muy orgánica durante los años 20 y condujo a un movimiento social propio, que exigía la participación de los estudiantes en la conducción de la universidad, la reforma curricular y la apertura hacia los procesos sociales y políticos que vivía América Latina. Tal vez uno los momentos más significativos de las luchas del movimiento estudiantil fue el de la reforma universitaria de 1918 en Córdoba (Argentina), que generó un gran impacto en el ambiente universitario y político latinoamericano. En México, la lucha a favor de la reforma universitaria asumirá banderas nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien asimiladas por los partidos comunistas y por ciertos sectores de la izquierda, aunque finalmente el movimiento educacional mexicano va a tener su gran expresión en la “educación socialista” que tendrá su auge durante los años 30.

No se puede dejar de considerar como parte de los movimientos sociales, los movimientos culturales y artísticos que buscaban que el arte se aproximase más al pueblo y fuese su expresión mayor. Surgen experiencias extremamente ricas en la región como es el caso del muralismo mexicano, que formó parte del movimiento de la Revolución Mexicana o procesos como la revolución modernista de Brasil en 1922 y otros movimientos similares, principalmente durante los años 20. La creación de la revista Amauta (Lima 1926-1930), fundada por José Carlos Mariátegui, abre un espacio de reflexión intelectual muy importante en la región y muestra la fuerza y la profundidad de estos nuevos movimientos artísticos y culturales que se afirman en una identidad propia al mismo tiempo que se proyectan de manera universal a partir de una visión local, poniendo en cuestionamiento las pretensiones universales de occidente.

Hasta los años 30 se va a definir una plataforma de reivindicaciones de los movimientos sociales de la región. En esta agenda se coloca el problema de la tierra, de ahí la importancia de la Revolución Mexicana ; la cuestión minera, que representa la cuestión nacional, sea de la propiedad de las minas o de una participación de los Estados que abrigan los yacimientos en la renta de las minas ; las cuestiones salariales que ya están articuladas con las otras reivindicaciones, principalmente en las zonas mineras y en las zonas proletarias urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va constituyendo más claramente en un movimiento asalariado.

2. EL POPULISMO Y LAS LUCHAS NACIONAL-DEMOCRATICAS

El conjunto de movimientos sociales que surge a lo largo de las primeras décadas del siglo XX va a tener la oportunidad de aproximarse al poder en los años 30 y 40 con la formación de los gobiernos populares y populistas. Estos gobiernos buscan apoyarse en los sectores populares y estructurar sus movimientos sociales en el contexto de una gran lucha nacional-democrática, integrando todas estas fuerzas sociales y culturales en frentes de contenido nacional-democrático que ya habían incorporado muchos puntos comunes con los movimientos antiimperialistas de los años 20 y van solidarizarse con los movimientos anticoloniales afro-asiáticos después de la Segunda Guerra Mundial. Los partidos comunistas en la región fueron integrando los diversos movimientos a una misma lógica nacional-democrática en la medida en que avanzaba la lucha anticolonialista.

Después de la Primera Guerra Mundial, en la medida en que se van constituyendo gobiernos más próximos a los sectores populares, surge una articulación más profunda entre movimientos sociales y Estados nacionales. Un ejemplo claro de este proceso es el caso mexicano, que ya en los años 20 mostraba una fuerte articulación entre los movimientos campesinos y obreros y el PRI (Partido de la Revolución Institucional).

La base social no son ya los inmigrantes, sino los obreros urbanos del proceso de industrialización de los años 20. Este nuevo movimiento obrero tiende a un cierto rechazo y ruptura con el antiguo movimiento obrero radical, afirmando un nuevo proletariado de origen campesino sin ideología, como el caso de Argentina, donde se presentará de manera más clara este fenómeno. Este nuevo obrero va a aproximarse mucho más a los dirigentes del proceso de industrialización, dando lugar a los llamados movimientos populistas : el peronismo en Argentina ; el varguismo en Brasil ; el propio caso mexicano, a pesar del carácter radical del cardenismo y los antecedentes de la Revolución Mexicana. El cardenismo es, en gran medida, una expresión de la vinculación de los principales movimientos sociales a los objetivos nacional-democráticos.

En esta nueva fase se perfila el movimiento revolucionario boliviano, que hace converger mineros y campesinos en la lucha por la reforma agraria, la nacionalización de las minas y la creación de una democracia radical de masas, a pesar de la desconfianza entre ambas partes. Los mineros siempre defendieron una reforma agraria basada en la propiedad colectiva de la tierra, mientras que los campesinos defendían la pequeña propiedad rural. Estas diferencias dividieron el movimiento de la revolución en Bolivia y en la década de 1960 produjeron una contra-revolución cuando el movimiento campesino e indígena se lanza contra los mineros, que recibían también el apoyo de los obreros urbanos, produciéndose una ruptura entre la llamada alianza obrero-campesina.

En el caso mexicano, campesinos y obreros continuaron dentro de la revolución mexicana. Gran parte de la tierra fue colectivizada de forma que el movimiento campesino se mantuvo en una perspectiva socialista, a pesar de que el indigenismo mexicano procuró resaltar siempre los peligros de la concepción colectivista, considerada ineficiente, burocrática y autoritaria.

De esta manera, se definía el perfil nacional-democrático como formador de la nueva clase obrera. Dependiendo de la capacidad de comunistas y socialistas de adoctrinarla en una perspectiva socialista, se hacía posible articular la cuestión nacional y el antiimperialismo que motivaban las luchas nacionales en el continente bajo la dominación del capitalismo norteamericano en expansión en el mundo, hasta convertirse en el centro hegemónico del sistema mundial después de la Segunda Guerra Mundial. La Alianza entre la Unión Soviética y los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial se prolonga hasta 1947 cuando la política de Guerra Fría convierte los anteriores aliados en enemigos. A partir de este momento EE.UU. es transformado por el movimiento comunista mundial en enemigo de los trabajadores, mientras el servicio de inteligencia norteamericano trabaja para romper la alianza entre comunistas, socialistas y social cristianos que se había creado durante la Segunda Guerra Mundial. Al ponerse en evidencia el carácter imperialista de la política estadounidense, carácter que había sido olvidado durante la Alianza Democrática antifascista, empieza a desarrollarse un nuevo frente antiimperialista, que encuentra su punto más alto en Brasil, a fines de los años 50 durante el gobierno J.Kubistchek-Goulart. En este período los comunistas, que estaban en la ilegalidad desde 1947 después de sólo 2 años acción política legal, vuelven a asumir la condición de semi-legalidad entre 1961 y 1964 durante el gobierno de João Goulart,

En esta misma época surgía una nueva realidad estratégica en América Latina. La declaración de Cuba como una República Socialista en 1962, en respuesta a la invasión de Bahía Cochino, introdujo en la región la cuestión del socialismo como forma inmediata de transición hacia un nuevo régimen económico-social colectivista. Esta nueva experiencia pasó a influir sectores significativos de las fuerzas políticas de izquierda en América Latina, alcanzando su expresión más elaborada en el programa socialista de la Unidad Popular en Chile, cuando entre 1970 y 1973 intentó una experiencia absolutamente insólita : realizar la transición hacia un régimen de producción socialista en condiciones de legalidad democrática. En este momento de avance de las fuerzas sociales, la tesis de la unidad entre la burguesía nacional y el movimiento popular obrero-campesino-estudiantil se convirtió en un principio estratégico fundamental. Concepción fue derrotada por los golpes de Estado que se sucedieron en la región.

La violencia de la represión de los gobiernos militares impuestos en Chile y en otros países contrastaba con la experiencia de un gobierno militar nacional-democrático en Perú, iniciado en 1968 por Velasco Alvarado. Más que nunca la represión y el terror estatal se desarrollaron hasta sus formas más radicales. No hay duda que el terror fascista inaugurado por Pinochet y profundizado por los golpistas argentinos llevó hasta el paroxismo la represión en la región.

A pesar de las huelgas de masas de los trabajadores de las grandes empresas agrícolas exportadoras – que sostuvieron a Sandino o impusieron la huelga de masas en El Salvador – el movimiento campesino solo vino a alcanzar una victoria significativa durante la revolución en Guatemala con Arbenz en 1952 y particularmente en la revolución boliviana cuando las milicias campesinas y mineras tomaron la dirección del país. En la década de los 50 se iniciaron las Ligas Campesinas lideradas por Francisco Julião en Brasil. En los años 60 la estrategia anti-insurreccional comandada por los militares estadounidenses absorbió finalmente la propuesta de una reforma agraria ordenada que se aplicó sobre todo en el Chile demócrata-cristiano bajo la presidencia de Eduardo Frei. Esta reforma agraria se hizo más radical, completa y profunda en los años 1970-73 bajo el gobierno de la Unidad Popular, teniendo como presidente Salvador Allende.

A lo largo de todos estos años, la reivindicación por la tierra estuvo en el centro de las luchas populares y de la alianza obrero-campesina, con fuerte apoyo estudiantil y de sectores de la clase media urbana. Estas reivindicaciones llegaron hasta la Revolución Sandinista en Nicaragua. Se puede decir, sin embargo, que en las décadas de los 80 y los 90 el fuerte control de las multinacionales sobre la producción agrícola en vastas regiones del continente cambió dramáticamente el sentido de la lucha campesina. Entre 1960 y 1990 se completó un proceso de emigración del campo a la ciudad que expulsó definitivamente vastas capas de pequeños propietarios agrícolas y consolidó la grande y mediana empresa agroindustrial, articuladas con las transnacionales agrícolas o manufactureras de productos agrícolas. Se desarrolla la figura del asalariado agrícola estacional y surge un nuevo movimiento campesino de carácter sindical, con pequeña presión sobre la tierra.

El caso brasileño es paradigmático : los “boias frías” (así llamados por la comida fría que llevan para sus precarios almuerzos en un espacio agrícola ultra especializado y mecanizado) inundan las zonas rurales y solamente en la década del 80 resurge una demanda por la tierra cuando aumenta el desempleo en las zonas rurales y pequeñas ciudades, generando una población desempleada que busca retornar a la tierra. De ahí surge el Movimiento de los Sin Tierra (MST) que presiona por una reforma agraria más ágil pero no cuestiona la legislación de tierras del país, que dispone la compra de las tierras no cultivadas a precio de mercado para distribuir entre los campesinos sin tierra. La fuerza del MST deriva menos de la radicalidad de su demanda por la tierra que de sus métodos de ocupación de la misma para forzar la reforma agraria así como de sus métodos de gestión comunitaria de las tierras ocupadas por ellos y de su concepción socialista de una economía donde los campesinos pueden alcanzar su pleno desarrollo. Su preocupación con la tecnología agrícola de punta, por las cuestiones ambientales y por la educación de sus cuadros y de sus hijos los colocan a la vanguardia de la sociedad brasileña. Sus principales banderas de lucha se resumen en : tierra, agua y semillas, es decir, en el la pugna por la soberanía alimentar en Brasil. De esta manera, ellos se preparan para enfrentar las transnacionales agroindustriales en una perspectiva de largo, chocando frontalmente con los conservadores brasileños.

Un fenómeno nuevo que hace posible esta concepción de largo plazo del Movimiento de los Sin Tierra es el fuerte apoyo de la pastoral de la tierra en Brasil. La Iglesia brasileña ha decidido que no puede entregar el más grande país católico del mundo a la voracidad de las elites explotadoras de este país. Una revolución social anti-católica sería un golpe definitivo al catolicismo como religión con pretensiones de universalidad.

A) LA CUESTIÓN ÉTNICA

En esta fase se incorporan cuestiones totalmente nuevas : El indigenismo, no solo visto como un movimiento de reivindicación étnico sino como una crítica cultural campesina, donde el campesinado exige su conservación y no simplemente su disolución en una sociedad superior. La cuestión étnica se presenta en dos vertientes diferenciadas, la cuestión campesina-indígena y campesina-negra. Es necesario hacer una distinción entre ambas tendencias porque los negros formaron un movimiento principalmente campesino, que asumió la lucha contra el esclavismo, contra la dominación española en Cuba y que participó en la revolución cubana y los procesos de liberación de otros países en la región. Los negros se organizaron con mucha facilidad y llegaron a constituir una parte importante de ese movimiento obrero no-europeo, no-socialista, pero enmarcado en una vertiente populista. A pesar de que los comunistas consiguieron, en algunos lugares, una base importante en el movimiento negro, tuvieron la tendencia a negar su especificidad, manifestándose contra la idea de que asumiese una forma propia. De esta manera, se buscaba que el movimiento negro se incorporase a las luchas por las libertades civiles, pero se negaba su contenido étnico específico. La visión étnica de la cuestión negra solo se va a proyectar a partir de la década de 1960 y tiene como una de las referencias principales al “black power” en Estados Unidos, donde se produce una ruptura con la visión de los derechos civiles : los negros sostienen que no quieren ser iguales a los blancos, por lo tanto, sus luchas no son por la igualdad sino por el derecho de ser negros. Esta perspectiva se expresa en la idea de “black beauty”.

El contenido étnico del movimiento indígena renace en los años 70, cuando los indígenas reivindican sus orígenes como una estructura ideológica para las luchas sociales contemporáneas y exigen el liderazgo de los movimientos guerrilleros. Un ejemplo de esta nueva perspectiva es la lucha guatemalteca, donde los indígenas dejan claro que la guerrilla estaba dirigida por ellos a pesar de la participación externa, siempre subordinada a su liderazgo. Esta vertiente se va manifestar también en el caso mexicano, que alcanzará una expresión clara en el zapatismo, donde la vertiente indígena asume el carácter de una postura ideológica propia, que tiene su inspiración indigenista pero tiene también un objetivo universal. Este reconocimiento e identidad indígena latinoamericana es un fenómeno muy profundo que pretende también ser mundial : indígenas de diferentes regiones del mundo buscan formar un movimiento que afirma sus luchas en una postura ecológica basada en una relación fuerte con la naturaleza, en una ideología opuesta al capitalismo y a las pretendidas fuerzas progresistas que ven el progreso como un camino destructor de las formas anteriores.

B) EL MOVIMIENTO FEMENINO

Por otro lado, emerge el movimiento femenino de manera específica, a pesar de que éste existe en todas las épocas como parte de otros movimientos sociales [3]. A partir de la década de 1960 este movimiento comienza a reivindicar no sólo que los derechos civiles de las mujeres sean incorporados a la sociedad moderna sino que la sociedad incorpore también la visión femenina del mundo. Esto supone la participación de la mujer en la cultura, ya no como un elemento pasivo, sino en un rol protagónico capaz de reestructurar profundamente la subjetividad del mundo contemporáneo a partir de una nueva visión que revalore el papel de la vida. En este sentido, la mujer sería no sólo portadora de la vida sino de una percepción del mundo desde el punto de vista de la vida. Esto modifica profundamente la visión de la sociedad contemporánea.

 

3. LA AUTONOMIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LAS NUEVAS FORMAS DE RESISTENCIA

Veinticinco años de experiencia neoliberal, comandadas a nivel internacional por el FMI y el Banco Mundial, sumergieron nuestros países en graves problemas económicos que llevaron los movimientos sociales de la región a la defensiva. El desempleo, la inflación, la dramática caída de los niveles salariales y de calidad de vida, la falta de inversiones en el sector productivo, en infraestructura, o desarrollo social forman un conjunto de fenómenos que va destruyendo el tejido social, que va desestructurando las lealtades institucionales, rompiendo los lazos sociales, abriendo camino a la violencia, las drogas y la criminalidad en sus diversas formas de expresión. Las formas de lucha principales del movimiento obrero, como la huelga y otras formas de interrupción del trabajo, pierden fuerza en la medida en que amplias masas de desempleados o recién llegados a la actividad laboral están siempre dispuestas a sustituir a los trabajadores activos. Las posibilidades de lucha en las calles alcanzan cierto auge hasta que el cansancio y el enfrentamiento con formas despiadadas de represión hacen retroceder al movimiento que va perdiendo sus objetivos, abriendo camino a la acción del “sub-proletariado” que no dispone de programas de lucha organizados y consecuentes.

Los años de recesión estuvieron agravados por mecanismos de represión institucional y regímenes de excepción apoyados en formas de terror estatal que habían tenido inicio en la fase anterior. La recesión sistemática, que debería ocurrir en la década del 70, fue retrasada debido a la captación de recursos externos en forma de préstamos internacionales a bajo costo como consecuencia del reciclaje de los petrodólares. En la década del 80 se inicia la fase recesiva con la exigencia de pago inmediato de los intereses de la deuda, aumentadas debido al crecimiento del capital principal bajo la forma de “renegociaciones” irresponsables y debido al aumento de las tasas internacionales de interés a partir de las decisiones adoptadas por el Tesoro Americano.

Esta combinación de recesiones sucesivas, regímenes de excepción, terrorismo de Estado y rebaja del nivel de vida de los trabajadores estuvo seguida de una ofensiva ideológica contraria a las conquistas de los trabajadores y a las mejoras obtenidas por el conjunto de la población durante los años de crecimiento económico. La ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge en la segunda mitad de los años 80, con la política derrotista de la clase política dirigente de la Unión Soviética y de la Europa Oriental. A partir de la caída de los regímenes del llamado “socialismo real” se abrió una ofensiva ideológica neoliberal que implantó un verdadero terror ideológico. Cualquiera que reivindicara una crítica al capitalismo o al quimérico “libre mercado” era inmediatamente segregado de los medios de comunicación de masas y de la academia. Era la época del “fin de la historia”, del fin del socialismo y del marxismo.

Durante los últimos veinticinco años los movimientos sociales de la región estuvieron bajo el impacto de esta situación crítica, que era posible superar con políticas de preservación del interés nacional, con la suspensión del pago de una deuda internacional altamente cuestionable y de tasas de interés totalmente insanas. Sin embargo, prevalecieron los intereses ligados al pago del servicio de la deuda y las renegociaciones que incluían inmensas comisiones apropiadas por agentes privados. En este período se afirmó una típica burguesía “compradora” en la región, que se impuso progresivamente sobre los capitales locales afectados por las políticas neoliberales e impedidos de beneficiarse de los cambios del comercio mundial que fueron casi totalmente aprovechados por los países asiáticos. Ayudados por reformas agrarias profundas, realizadas en la post-Segunda Guerra Mundial Estos países no dependían tan directamente de los préstamos internacionales para sostener sus políticas de exportación y de crecimiento económico y disponían de mercados internos más amplios y de políticas educacionales profundas que buscaban neutralizar la influencia de regímenes socialistas en el sudeste asiático.

Es natural que durante este periodo, el movimiento obrero renaciera en la región bajo formas más cautelosas, buscando el apoyo de los liberales y de la Iglesia que se apartó de los regímenes dictatoriales que en el pasado favoreciera, para asumir las banderas de los derechos humanos, de la amnistía y del restablecimiento de la democracia. En este ambiente, las propuestas neoliberales encontraron un campo fértil y se enraizaron profundamente en virtud de la auto-destrucción del socialismo soviético y euro-oriental. Las concepciones neoliberales penetraron fuertemente en los partidos de izquierda, encontrando su formulación más sofisticada en la llamada Tercera Vía que se desarrolló en la década de los 90. Se levantaba la tesis de que no había alternativa para la concepción neoliberal de la economía, cuya expresión de eficacia era el libre mercado. Libre mercado que no garantiza, sin embargo, los derechos sociales de los trabajadores. Bajo esta visión, sería necesario combinar el neoliberalismo económico con un programa de políticas sociales (o compensatorias, como lo plantean el FMI y el Banco Mundial al aceptar los efectos negativos “provisionales” de la “transición” hacia el “libre mercado”). Era evidente la debilidad teórica y práctica de esta propuesta que fue en seguida abandonada en la medida en que el neoliberalismo se hacía cada vez más insostenible tanto en el plano teórico–doctrinario como práctico.

El movimiento obrero se encuentra aún bajo el efecto de estas confusiones ideológicas pero viene recuperando sistemática y crecientemente buena parte de su capacidad política a partir del crecimiento económico sostenido de 1994-2000 cuando el desempleo en Estados Unidos cayó de 12% a 3,4% anual. La posibilidad de volver a una situación de pleno empleo provocó un renacimiento de la militancia sindical americana, incluso en la reorientación de la central sindical AFL-CIO hacia tesis progresistas. En América Latina el movimiento obrero del período estuvo en ascenso solamente en Brasil en los años 70, parte de los 80 y en algunos momentos aislados de los 90. La explicación de la pérdida de combatividad del movimiento obrero en los últimos años se encuentra en las dificultades de convivir con el desempleo creciente resultante de la situación recesiva permanente.

De las fuerzas clásicas del movimiento popular en la fase nacional democrática, el movimiento estudiantil fue el que más sufrió al ahogarse en el mundo del debate ideológico y enfrentar el impacto de la ola neoliberal. De ser el centro de las luchas sociales pasó a ser un movimiento de reivindicaciones sectoriales, lo que fue aislándolo progresivamente. La expansión de las universidades privadas y del número de estudiantes universitarios de clase media disminuyó el carácter de elite intelectual de los movimientos sociales que este tenía hasta inicios de la década de los 70. Esta situación se agrava cuando la represión comienza a afectar también el movimiento estudiantil disminuyendo su militancia y su liderazgo ideológico. A pesar de haber perdido mucha de su fuerza, ha dejado un rastro ideológico profundo como resultado de los movimientos de 1968, y en algunos casos, está recuperando protagonismo en las luchas sociales de los últimos años, como es el caso de Chile.

En los años 80 y 90 ganaron una fuerza especial los movimientos de los barrios llamados “marginales” y hoy “excluidos”. Su organización creciente consiguió ìmportantes recursos fiscales para infraestructura, aún cuando éstos eran insuficientes para romper sus dificultades básicas. Las organizaciones de mujeres jugaron un papel fundamental en el movimiento de pobladores, organizándose para la autogestión de recursos dirigidos a cubrir necesidades básicas de alimentación, seguridad y servicios, basados en un espíritu comunitario y fuertes lazos de solidaridad. Ejemplos claros de este fenómeno son los comedores de madres y los comités del vaso de leche en Perú.

Asimismo, el aumento de la actividad comercial de drogas prohibidas, sobretodo la cocaína, ha abierto la posibilidad de un relativo enriquecimiento verdaderos ejércitos de criminales organizados. Una situación similar a la de Chicago en las décadas de 1920 y 1930. Esta presencia de los factores criminales en los barrios miserables, como es el caso de Brasil, ha justificado una adhesión creciente de partidos de izquierda y de movimientos populares con responsabilidad de gobierno a las técnicas de la represión social. Al abandonar la tortura y otros comportamientos violentos en el plano político, las fuerzas represivas volvieron a concentrarse en la práctica sistemática de violencia contra los pobres y criminales de origen popular.

Al mismo tiempo, los movimientos sociales son cada vez más afectados por las fuerzas sociales emergentes. Es el caso de los movimientos de género, los indígenas, los negros, los grupos de defensa del medio ambiente y otros, que imponen nuevos temas a la agenda de las luchas sociales. Su punto de partida asume formas liberales, expresadas en la defensa del derecho a votar, de garantizar jurídicamente sus derechos en bases iguales a la fracción masculina dominante, de valorizar sus características propias, de reconocer su identidad y sus características étnicas como parte sustancial de la cultura nacional. Con el tiempo, estas reivindicaciones pasan a integrar todo un proyecto cultural que exige el rompimiento con la estructura económico social que generó el machismo, el racismo, el autoritarismo. Podemos encontrar una identificación sustancial entre el modo de producción capitalista, como fenómeno histórico, con estas formas culturales que penetran profundamente en todo la superestructura de la sociedad moderna. Las propias raíces de estas llagas se encuentran en la pretensión de una racionalidad iluminada que tendría a Occidente como cuna y que justificaría el colonialismo, despreciando sustancialmente la importancia de las culturas y civilizaciones asiáticas, orientales o de las civilizaciones americanas pre-colombinas.

Los movimientos sociales empiezan así a romper con toda la ideología de la modernidad como forma superior y como única expresión de la civilización. Este enfoque ha dado una fuerza muy especial a los movimientos sociales al presentarlos como fundamento de un nuevo proceso de civilización pluralista, realmente planetario, post-racista, post-colonial y quizás post-moderno.

Durante esta fase es necesario destacar dos características fundamentales : en primer lugar, la identidad de los movimientos sociales empieza a reivindicar una cierta autonomía, sale del marco de los partidos, de las reivindicaciones nacional-democráticas y desarrollistas, para asumir una autonomía bastante significativa, que da origen y se vincula a la cuestión ciudadana de lucha por los derechos civiles y se confunde con las luchas contra las dictaduras en América Latina. Se empieza a desarrollar una interacción entre los movimientos sociales con relativa autonomía de los partidos políticos y de las ONGs que las apoyan. En segundo lugar, se presenta una tendencia a la formación de partidos políticos a partir de estos movimientos. La expresión más avanzada de esta tendencia es el Partido de los Trabajadores en Brasil. Existen también otras organizaciones políticas impregnadas de esa visión ideológica, una sociedad civil que se esta formando y que proyecta sobre el Estado la gran cuestión que la sociedad civil todavía no resolvió : en la medida en que ella crece y gana importancia, su relación con el Estado deja de ser simplemente crítica para ejercer también hegemonía sobre el Estado. A partir de este momento, la postura crítica se transforma en una postura positiva, que se expresa en propuestas de políticas de Estado y que viene constituyendo una nueva fase de diseño de un nuevo programa de políticas públicas que absorbe parte del programa nacional democrático-desarrollista anterior pero con críticas significativas y que incluyen nuevos elementos en la agenda, como las demandas ecológicas y democráticas de participación política.

Todo esto va constituyendo un nuevo espacio político que no resolvió sus contradicciones entre autonomía y gestión del Estado, entre democracia en el sentido de afirmación autónoma y en el sentido de gestión del Estado, entre reivindicaciones autónomas y de políticas públicas con capacidad de transformar las condiciones materiales.

4. LA GLOBALIZACIÓN DE LAS LUCHAS SOCIALES

Después de Seattle en 1999, los encuentros del Foro Social Mundial en Porto Alegre y las manifestaciones de masa que lo sucedieron en varias partes del mundo ya se perfila una nueva realidad de los movimientos sociales que indican una dinámica no solamente defensiva sino también ofensiva. A pesar de que este fenómeno ya estaba inscrito en las movilizaciones de 1968, cobra un significado especial después de la caída del campo soviético cuando las luchas sociales ganan la dimensión de un gigantesco movimiento de la sociedad civil contra la globalización neoliberal. Su articulación con fenómenos políticos se hace más evidente y se expresa en el surgimiento de formas de lucha insurrecciónales nuevas, como el zapatismo en México y sus desdoblamientos internacionales en la convocatoria por la lucha contra el neoliberalismo que atrajo personalidades de todo el planeta ; la emergencia de movimientos indígenas de resistencia que terminan derrocando gobiernos y dando origen a partidos y nuevos gobiernos como en Bolivia y Ecuador ; el éxito electoral del PT en Brasil, que surge de una articulación de los movimientos sociales y de fuerzas de izquierda en Uruguay y Venezuela. Todos estos fenómenos conforman una nueva ola de transformaciones sociales y políticas en América Latina que tiene fuertes raíces en los nuevos movimientos sociales y en su articulación con las fuerzas de los movimientos sociales clásicos, en el desarrollo de la izquierda en su conjunto e inclusive, la emergencia de sectores nacionalistas en las clases dominantes. Estos elementos producen un complejo proyecto histórico aún en construcción que se expresa también el los procesos de integración regional acompañados de una creciente densidad diplomática entre los gobiernos de la región.

El programa alternativo que se dibuja en América Latina no puede restringirse a una resistencia económica y cultural, más aún cuando la historia de la región pasa por un largo periodo de estancamiento económico y el abandono del proyecto desarrollista nacional democrático confrontado a hierro y fuego por la represión imperialista y gran parte de la clase dominante local ; cuando la historia de este período se confunde con la dominación brutal de los intereses financieros sobre la economía, colocando las fuerzas productivas a su servicio, incluso el Estado que aumenta su intervención para transferir recursos hacia este sector ; cuando todo esto se hace en nombre de una ideología reaccionaria que se presenta como la expresión última de la modernidad y como el “pensamiento único”, resultado del fin de la historia. En tales circunstancias el programa alternativo debe asumir un carácter global, el de un nuevo marco teórico y doctrinario que proponga una nueva sociedad, una nueva economía, una nueva civilización.

Mientras esta tarea de décadas se desdobla, se van dibujando luchas parciales que asumen un carácter cada vez más sustancial. La integración regional latinoamericana por, ejemplo, gana dimensiones concretas en el MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones y el ALBA (Alternativa Bolivariana de los Pueblos) y la Comunidad Sudamericana que cuenta con el apoyo sustancial del ideal bolivariano. Al mismo tiempo, este ideal es convertido en doctrina de Estado y de gobierno en Venezuela, inspirándose en la dinámica de la democracia participativa profundamente articulada a la lógica de los movimientos sociales.

Muchas serán aún las novedades políticas, culturales e ideológicas que surgirán en este nuevo contexto. En el proceso electoral de Lula en Brasil se unieron sectores sociales hasta entonces desarticulados en búsqueda de un nuevo bloque histórico que unificase las fuerzas de la producción contra de la dominación del capital financiero. Un perfil similar se dibujó en Argentina después de los grandes movimientos de masa que cuestionaron radicalmente el programa neoliberal. En toda la región se habla de un nuevo desarrollismo que busca crear las condiciones de una nueva política económica que restaura en parte los temas y la agenda de los años 60 y 70 adaptando la misma a las nuevas condiciones de la economía mundial. Lo que importa es la voluntad política, los aspectos técnicos son secundarios y fácilmente obviados por el amplio desarrollo de los profesionales de la región.

Varias son las manifestaciones concretas de la nueva propuesta que deberá sustituir la barbarie intelectual del pensamiento único neoliberal y que incorporará la región a una nueva realidad política e ideológica. Esta nueva propuesta pone en debate las grandes cuestiones del destino de la humanidad y los movimientos sociales representarán el terreno fértil en que brotarán las soluciones cada vez más radicales pues son las raíces que estarán en juego : la desigualdad social, la pobreza, el autoritarismo, la explotación. Toda esta agenda estará de nuevo en la arena de la historia.

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NOTES

[1] Socióloga, investigadora de la Red y Cátedra UNESCO/UNU Sobre Economía Global y Desarrollo Sustentable – REGGEN, doctoranda en ciencia política de la Universidad Federal Fluminense-Brasil

[2] Sociólogo, presidente de la Red y Cátedra UNESCO/UNU Sobre Economía Global y Desarrollo Sustentable – REGGEN

[3] Como es el caso del movimiento negro o el de las luchas civiles que buscaban la igualdad de derechos entre los hombres, etc.

Este contenido ha sido publicado originalmente Mémoire des luttes, el 15 de abril de 2008, en el siguiente enlace: http://www.medelu.org/Los-movimientos-sociales-en